Al calor del amor


Estamos solos, vivimos solos y morimos solos. Solo a través del amor y la amistad podemos hacernos la ilusión, por un momento, de que no lo estamos.
Orson Welles

La incomunicación y la soledad a la que esta nos conlleva son estigmas que acompañan a la humanidad desde el principio de los tiempos. Nadie puede negar que a pesar de que hoy contamos con más medios que nunca para permanecer interconectados, nos sentimos mucho más solos y menos escuchados y leídos que hace apenas unas décadas. Ya lo decía Tom Wolfe: la soledad es y siempre ha sido la experiencia central e inevitable de todo hombre.

Las fechas navideñas me han llevado, una vez más, a reflexionar acerca de un tema que siempre me ha inquietado. Me preocupa seguir dejándome arrastrar por esta corriente envenenada, reincidir en el error de la fachada y el postureo. Este año, entre otras propuestas, me he comprometido a usar el móvil sólo en casos de verdadera necesidad, laboral y social. Me entristece que me dé tanta pereza, tanto pudor, el sencillo gesto de llamar a la puerta de mis vecinas o quedar con toda esa gente que me importa para preguntarles qué tal les va y que, en su lugar, me limite a reenviarles un impersonal gif animado, vía whatsapp.

Según la segunda de las acepciones del diccionario de la RAE, incomunicación significa aislamiento, negación al trato con otras personas, por temor, melancolía u otra causa. ¿Qué otra causa?, me pregunto entre dientes, temiendo no poder digerir la respuesta.

Cuando hablamos de incomunicación nos estamos refiriendo a la incapacidad de mantener una comunicación con otra persona de manera fluida, sana y bidireccional. Esto nos conduce a formas de relacionarse bastante nocivas e insatisfactorias.

Que la incomunicación puede dañar nuestras relaciones con los demás es evidente. Si no somos capaces de interaccionar de manera saludable, asertiva y clara es posible que se malinterpreten nuestros silencios y, como ya sabemos, hay silencios que superan los decibelios admitidos.

El miedo a la crítica o al rechazo, la timidez, la baja autoestima o la ausencia de habilidades para comunicarse, son algunos de los posibles motivos que pueden llevar a la incomunicación.

Amigas, amigos, no desistamos, estamos a tiempo de cambiar algunas cosas. Otra forma de comunicarnos es posible, siempre lo ha sido. Dejemos las relaciones virtuales, apartemos a un lado las pantallas, los escaparates, recuperemos la maravillosa costumbre convocarnos, face to face, piel a piel.

Hagamos algo porque no se extinga un rasgo maravilloso de nuestra especie, hagámoslo también por el planeta, por la libertad, ahorraremos energía y de paso, dejaremos de estar tan controlados.

Apaguemos nuestros dispositivos y recuperemos la buena costumbre de reunirnos en aquellas tertulias a las que nos invitaba Jaime Urrutia en aquel pegadizo estribillo que tanto sonó en el 86: bares, qué lugares tan gratos para conversar. No hay como el calor del amor en un bar. Al calor del amor ¿acaso hay alguna fuente de energía mejor?

© Laura Santiago Díaz.  Publicado en la revista cultural Jaula Azul

Fuente de la imagen: https://www.nacion.com


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