“No hay necesidad de brillar. No es necesario ser nadie… salvo uno mismo”, es la cita que os propongo esta semana. Está extraída de los valiosísimos Diarios de Virginia Woolf (Londres 1882- Sussex, 1941), una de las autoras más revolucionarias, e imprescindibles de la de la narrativa moderna del S. XX. Su obra ha reflejado siempre, con un lirismo impresionante esa apuesta a ser fiel a la propia identidad y su estilo se caracteriza por emplear con maestría el monólogo interior de sus personajes en su forma primigenia, tal y como surgen en la mente —algo que en “Las olas” lleva al límite, —al hacerlo, al mismo tiempo con seis personajes, desde su infancia hasta su vejez, y con un lirismo asombroso—.

La infancia de Virginia estuvo rodeada de intelectualidad. En su casa se respiraba arte, política y un ambiente tan liberal como complejo. Aunque solo sus hermanos varones pudieron ir a la Universidad, puesto que las mujeres debían quedarse en casa para cuidar del padre y ser educadas por un tutor.
A los 13 años, Virginia sufrió un duro golpe pues su madre fallece repentinamente, lo que le provocará su primera crisis depresiva. A esto se une que 2 años después, muere su hermana Stella. Pero por si esto fuera poco, en sus diarios, confiesa que fue víctima de abusos sexuales por parte de dos de sus hermanastros (hijos de un matrimonio anterior de su madre) y que a partir de ese trauma jamás pudo dejar desconfiar de los hombres.
Tras la muerte de su padre, Virginia y 3 de sus hermanos, Vanessa, Adrian y Thoby, se trasladaron a Bloomsbury, un barrio en la zona oeste de Londres. Aquella casa termina convirtiéndose en un centro de reunión para un grupo elitista de intelectuales británicos, (por allí figuras como Bertrand Russell, Wittgenstein, Eliot, Gerald Brenan, o Dora Carrington, entre otros muchos —formando el conocido «Círculo de Bloomsbury». Aquellas reuniones abren un nuevo mundo para Virginia, que de pronto, despierta a ideas sobre la igualdad, el feminismo, la aceptación, la libertad, el amor por el arte, el pacifismo o el ecologismo. Años después, escribirá su famoso ensayo “Una habitación propia”, que como todos sabéis se ha convertido en un icono del feminismo moderno.

En esas reuniones conoce al que será su marido, Leonard Woolf, con el que se casa en 1912, y en 1915 publica su primera novela “Fin de viaje”. A partir de entonces, el matrimonio funda la editorial Hogarth Press, que publicará a los grandes autores de la época (entre ellos la de Freud, la de Catherine Mansfield o la Vita Sackville-West), y también toda su obra. Woolf, además de una gran novelista, escribió relatos, ensayos y numerosos artículos sobre arte y literatura.
Aunque es cierto que no se trata de una autora fácil, si hay alguien que aún no ha leído nada de ella le recomendaría que comenzara leyendo sus relatos, que son impresionantes o sus novelas, Al faro, Orlando o La señora Dalloway, —que son más accesibles—, aunque yo, me quedo con “Las olas”, con sus ensayos y con sus diarios.
El final de Virginia es tristísimo. La mañana del 28 de marzo de 1941, llena de piedras los bolsillos de su abrigo y decide terminar con su vida ahogándose en el río Ouse, debido a una profunda depresión, agravada por el inicio de la Segunda Guerra Mundial (tanto su marido como ella estaban en la lista negra) y la destrucción de su hogar en Londres.
Deja dos notas de despedida tremendas, una para su hermana Vanessa y otra para su marido y, para terminar, me gustaría dejaros por aquí la traducción de esa nota, que me parece que es una de las más bellas declaraciones de amor que jamás haya leído:
«28 de Marzo de 1941
Querido,
estoy segura de que, de nuevo, me vuelvo loca. Creo que no puedo superar otra de aquellas terribles temporadas. No voy a curarme en esta ocasión. He empezado a oír voces y no me puedo concentrar. Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor. Tu me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todo momento todo lo que uno puede ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta el momento en que sobrevino esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y lo harás, lo sé. Te das cuenta, ni siquiera puedo escribir esto correctamente. No puedo leer. Cuanto te quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte… todo el mundo lo sabe. Si alguien podía salvarme, hubieras sido tu. No queda nada en mí salvo la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.
No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido.
V»
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