A Alejandra Pizarnik


Alejandra, a la deriva de su cuerpo,

estalla en mil palabras,

conjuga verbos altos con adjetivos ruines.

 

Enredada entre las sombras de su voz,

encendiendo una luz en la eternidad que se permite,

marcando a hierro la piel de la noche,

la hora en la que aúllan, en manada, los versos.

 

Sin un triste franco en el bolsillo roto

se sienta en la penumbra de un café

para captar los ruidos de las luces al chocar, la piedra y la locura.

 

No contenta con su tamaño,

inventa una palabra que signifique lo que ella necesita.

Tras los cristales, el milagro de la lluvia en París

le recuerda que ya es hora de firmar su epitafio.

 

Alejandra alejándose, bosque a través, entre dos líneas rojas,

lejos de cualquier frontera,

segura de que, esta vez, no girará la cabeza.

 

© Laura Santiago Díaz. De «Las espinas del pecado». BGR Editora.


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