Laberinto 1


Estudiamos el modo de salir de donde no estamos seguras de haber entrado. Este mundo ¿quién lo entiende? ¿Qué sentido tiene este pasar de páginas sin haber leído el libro?

No sabíamos qué hacer con tanta felicidad, con tanta nostalgia. Ahora, nos llueven las preguntas, nos ahogan las decepciones. El curioso milagro de vivir, más allá de la inútil conciencia de no saberse vivido.

Me inquieta comprobar lo rápido que nos acostumbramos al ruido. No somos conscientes del exceso de decibelios hasta que alcanzamos un sucedáneo de silencio -el puro, imagino que solo puede darse en otra dimensión-.

Vendemos nuestra dignidad por un puñado de promesas que nadie cumplirá. El juego es macabro. La caza es inevitable. A veces nos vemos obligadas a firmar nuestro epitafio. Mientras algunas nos afanamos en cambiar las cosas, los guardianes del oro, sindicados por la avaricia, hacen sus apuestas en la sombra. Mientras las marionetas mueren a los pies de la inocencia, ellos sonríen desde sus garitas de hiel.

Algunas pasean con sus vísceras entre las manos, abriendo mucho la boca para poder respirar. Otras, estudiamos la manera de no desentonar, de que no se nos note la tristeza. Muchas tenemos que pagar, en efectivo, las deudas de todos nuestros muertos.

Mientras algunos opinan, sin que se les haya pedido que lo hagan, otros otorgan con sus silencios, prostituyendo sus almas vapuleadas, fundidos en una realidad que no han elegido.

Muchos ya son maestros en el arte de la persuasión, vendedores de humo, que se llenan la boca con falsa caridad, que se regocijan lanzando sus sobras a sus esclavos.

Pero puede amanecer cualquier tarde y nunca es temprano para amar. Frente a un fuego apagado, me caliento pronunciando tu nombre, delante de un espejo que no me reconozca.

Puedo caerme en lo más llano de un verso, besar y ser semilla, hacha y leño.

Puedo anudar los días, iguales de distintos, y echar en agua este ramo de mañanas azules y tardes naranjas.

Puedo quedarme y esperar, o marcharme a pasear la herida que solo el camino podrá curarme.

Puedo rendirme ante tu silencio o negociar el precio de tu paz, que también es la mía.

Puedo seguir lamentándome o darme cuenta de todo lo que gané cuando todo lo creía perdido.

© de la ilustración y del texto: Laura Santiago Díaz


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